martes

Yshckloi II



Cuenta la historia…

En éstas tierras, tiempo atrás. Cuando los caballeros solían buscar bellas damiselas en apuros y los señores vivían en lustrosos castillos rodeados de todo tipo de lujos y manjares. Los súbditos sin embargo, morían de hambre; reprimidos, asustados, sucios y demacrados. Vivía por los parajes un joven príncipe, de buen porte y elegantes movimientos. Su padre, el rey, dominaba todo lo que la vista pudiese alcanzar y, con mano dura, castigaba todo crimen y desdicha sin consideración ninguna, más que su propio prejuicio. El joven príncipe admiraba el reino que algún día estaría en sus manos y se imaginaba batallando contra bandoleros y dragones, siempre luchando por el bien del pueblo.

Pobre ignorante aquel joven, que no tenía idea alguna sobre los asuntos de rey y desconocía por completo lo que, a ojos de la mayoría, era el pan de cada día. La mirada sombría se su pueblo así como su desdicha era invisible ante sus ojos.

El joven príncipe ansiaba con todo su ser y orgullo ayudar a quienes lo necesitaban, pregonaba de buena fortuna, los actos heroicos que algún día realizaría como futuro rey. Sin embargo, aquellos que lo rodeaban lo tomaban por un estúpido sin cura en un mundo ciego.

Muy a pesar del rey, no hay mirada que permanezca ciega ante cualquier ojo que observe más de lo que alcanza su simple vista. El joven príncipe salió a cazar una mañana, volviendo al castillo esa misma noche con ocho presas que servirían de cena y una imagen que no se le borraría de la mente con facilidad, la imagen de una joven que escondía su rostro al tiempo que hacia  reverencia ante la presencia del príncipe. Mientras dormía soñaba con aquella campesina. Cuando no dormía, la imagen de aquel rostro se le aparecía en cualquier lugar. Su mirada perdida le hacia parecer más estúpido de lo que la corte del castillo creía.

Una noche, sin poder conciliar el sueño, abrió la ventana e inútilmente buscó con la mirada el rostro que tanto ansiaba. Una voz le llamó, el sorprendido la siguió. La voz que le llamaba le guió hasta la torre más alta del castillo, donde encontró un rostro que le observaba. Una cara huma que surgía de la misma piedra de la pared y que con sonidos rocosos gesticuló una leve sonrisa. “¿Quién eres y qué quieres de mi, espíritu?” pregunto acechante aquel joven príncipe. “Soy el viento que mece al rio que rompe la roca que resguarda al árbol que alimenta al viento… Yshckloi es mi nombre si te interesa y no busco nada de ti joven príncipe, la cuestión es qué puedo hacer yo por ti. He venido desde lo más profundo de los océanos cumplir las plegarías de quien me reza. Dime, ¿Eres tu aquel que ansía la victoria y el amor?” dijo con voz quebrante y ronca la tez rocosa que se movía en la pared. “Si, soy yo. Aquel q busca ser victorioso en su reinado y aquel que busca el amor de la campesina de rostro humilde. Dime ser, ¿Cómo puedes ayudarme?” dijo el príncipe. “No haré más que guiarte joven príncipe. Acude mañana al alba a la plaza, donde diez personas esperan morir. Escucha el llanto de la séptima persona, pues su vida está en tus manos, ¿Será quizás la joven campesina? La única forma de salvar el amor que ansías es renunciar al reinado, debes derramar la sangre del juez que te dio vida, el mismo que pretende asesinar a quien tanto amas. Duerme ésta noche mientras puedas y elige tu destino al alba” dijo el rostro mientras se desvanecía.

El príncipe se quedó perplejo. Tenía que decidir entre ser un rey sin amor o ser amado sin reinado. Que difícil decisión le plantaba el destino. Sin dejar de pensar durante la noche, el príncipe lloró temeroso de aquello que estaba por llegar y llegaría.

“El miedo me frustra, no se como actuar. Decidir entre quien amo y lo que ansia mi honor. El guerrero valiente, ansioso por el combate, tiene miedo pero combate. Yo cobarde ante le miedo, quiero esconderme e huir, pero mi escondite no sería más que un destino peor a aquel que puedo escoger. Maldita bruja, espíritu, ser… “ se lamentaba el príncipe entre sus sábanas de seda blanca. Y entre lloros y lamentos sonó el canto del gallo y aprisa se dirigió el príncipe a la plaza donde su padre ejecutaría a los miserables condenados.

Con los ojos enrojecidos, observó la muerte del primero, del segundo… mientras tanto seguía pensando que hacer…del tercero  y cuarto… una lágrima se derramo por su rostro mientras morían el quinto y el sexto, entonces la vio. Aquella joven doncella, con lágrimas en su rostro. La voz del verdugo sonó fuerte diciendo: “Por el delito de robo se te castiga con la muerte”. El cuello de aquella joven, blanco como el mármol, apoyado en el tocón ensangrentado, mientras un charco de lagrimas se vertía entre sus cabellos y el suelo.

“¡Padre!” gritó el príncipe. “Detén ésta masacre por hoy”. Cien rostros apuntaron al joven príncipe, entre ellos el de su padre que con mirada rapaz esperaba oír la razón de tal interrupción. “Hay bandidos en el castillo, bandidos del bosque en busca de nuestro oro…”.

El Rey se alzó y con él su espada. “Todos al castillo” gritó. Sin poder creer la buena fe que tuvieron en él, el príncipe observó como toda alma desaparecía de la plaza. Todos menos el verdugo y su presa. Sin dilación alguna alzo su espada y rápidamente mató al verdugo, alzo a la doncella en sus brazos y le susurró al oído: “Huyamos de aquí para no retroceder jamás”.

Cristian cesó con la historieta y esperó atento la reacción de Danielle. La joven estaba sorprendida con aquella historia y sin dilació dijo:
-Que historia más bonita, cuanto menos curiosa… pero me has engañado.
-¿Por qué dices eso? Yo no he dicho engaño alguno- dijo Cristian.
-Dijiste que la historia era triste, sin embargo el final de esta es ciertamente feliz. También dijiste que nada tenía que ver con la valentía…
-Bueno, si te soy sincero, existe un final para ésta historia…pero no lo recuerdo- interrumpió Cristian.
-De todas formas, me ha encantado ¿Te sabes más cuentos?- preguntó Danielle.
-Claro que sí, todos los que me pidas, pero no es bueno abusar de mi. Además se está haciendo tarde, será mejor que nos marchemos.- dijo Cristian
-Cierto-respondió Danielle al tiempo que se alzaba.-Quizás otro día te pueda hablar yo de mitología griega. Aprendí en la escuela y es bastante curiosa de oír.
-Mejor otro día, vayámonos. Tu padre te estará buscando- dijo tajante Cristian con cierto nerviosismo en su voz.

Aquellos jóvenes se levantaron y empezaron el camino de vuelta a sus hogares, dejando atrás aquella colina y aquel riachuelo, mientras los últimos rayos de sol alumbraban aquel árbol de tono azulado, sin saber que fue ahí donde suspiro por ultima vez el príncipe de aquella historia. Muerto por la flecha de su padre mientras abrazaba a la campesina, considerado traidor al trono y enemigo del reino. El cadáver del hijo fue enterrado en una fosa común, mientras que la joven fue quemado y condenado al infierno por el religioso del lugar ya que, según el rey, había hecho uso de la magia para manipular a su primogénito.

 El coraje y el amor del príncipe permanece ahí desde entonces, dirán algunos románticos. Otros dirán que son tonterías y cuentos de niños. Sin embargo yo creo que si el príncipe murió, fue para darnos una lección a todos. A pesar de que el miedo forme parte de la vida, sin coraje, no se hace uno digno de vivir.

domingo

Yshckloi I




-Ya hemos llegado- dijo el joven Cristian.
-Amo este lugar- afirmó sonriente la bella Danielle.

Un elegante paisaje se erguía ante sus miradas. Una pequeña colina verde, con un riachuelo que irrumpía en él como la lanza en carne viva. Un árbol sirvió de sombrillas para aquellos jóvenes. Un árbol gigantesco que, con la luz del sol, parecía tener una tono azulado en su follaje. El chico, ansioso por refrescarse, fue a meter los pies en el riachuelo, mientras Danielle le observaba apoyada ya en el tronco. No es recomendable meter pie alguno en agua durante la primavera, pues aunque prime el sol y la luz acalore nuestros cuerpos, no deja el agua de estar fría, como recuerdo del invierno que recién terminó. Al mismo tiempo que zambullía sus piernas en el río, su cara de alegría se tornó de espanto y corriendo, tal como había entrado, sacó las piernas del agua, mientras la joven Danielle rompió en carcajadas al ver aquella situación tan cómica. Cristian volvió al árbol, sacó del bolsillo de su camisa una pitillera y se encendió un cigarro.

-¡Qué haces fumando!- dijo Danielle sorprendida. Él le miro con cara de interesante mientras, patosamente, encendía el cigarrillo.
-Ya soy mayor, si puedo ir a la guerra puedo fumar. Soy un hombre hecho y derecho y una mujer no puede reprocharme. Al menos no hasta que me case- dijo en tono burlesco sin quitar esa sonrisa maliciosa de su cara.
-Apuesto a que no eres capaz de repetirlo delante de tu madre- respondió sonriente Danielle.
- No, seguramente no fuese capaz, lo admito. Pero cuando vuelva del frente, seré alguien respetable en el pueblo y no creo que nadie, ni siquiera mi madre, pueda reprocharme el fumar- dijo Cristian.
-No entiendo como no temes ir a la guerra,… a mi me daría pavor- susurró Danielle con tono ausente.
-Por eso las mujeres no luchan, es obvio que el varón es más val… - Danielle golpeó el hombro de Cristian mientras el reía.
-No me gusta que hagas estas bromas, no es que me de miedo es que…
-Shu. Shu…- le hizo callar Cristian.-No creo para nada que la valentía sea una virtud. Es imposible no tener miedo. El miedo es parte del ser humanos. No sé si has oído nunca la triste historia de Yshckloi…
-No, no me suena de nada-respondió Danielle.
-Bueno, si no eres de por aquí dudo que te suene. No es valiente el que no teme. Si no, el que una vez siente temor, sabe afrontarlo de la forma más cauta posible, y siendo cauto se es cobarde, pues no existe entonces valentía pura en ningún ser de este mundo…-dijo con tono poético y misterioso intentando asombrar a la muchacha.
-Déjate de palabrerías Cristian, deja de hacer el tonto y cuéntame la historia esa que has mencionado- dijo mientras apartaba con la mano el humo del pitillo que tanto le incomodaba.
-Bueno, yo si quieres te la cuento. Pero te aseguro que nada tiene que ver con la valentía-.
-¿Entonces por que la mencionas?- pregunto Danielle.
-Nunca va mal hacerse el interesante, ¿No crees?
-Sin embargo, a mi me dejas con la intriga de saber que pasa con “Iclosi…- dijo sin saber Danielle.
-Yshckloi, Ysh-ckloi. Es el nombre de un ser que habitaba por aquí cerca. No muchos recuerdan ya ese nombre, y los que lo recuerdan ya están muertos o cerca están de morir- dijo con tono sombrío el joven.
-Sin embargo tu estás aquí, vivito y coleando…-
-Bueno Danielle, vas a dejarme que te cuente la historia o me vas a interrumpir- dijo enfadado. Danielle agachó la mirada, observando de reojo la ligera sonrisa en el rostro de Cristian, algo, que siempre le hacia  sentir bien cuando estaba con él, un pequeño detalle de la vida que, quizás, le hizo fijarse demasiado en él.
-Cuenta la historia…