jueves

Miseria.




Siempre, desde que era una niña, he conseguido hacer de lo mísero un drama. He conseguido transformar gotas de agua en océanos tormentosos de olas turbulentas que arrasan con las orillas cercanas. Mi madre me solía decir: “¡Cálmate, niña!”. Jamás le hice una pizca de caso. Mi padre solía mirarme con ojos más piadosos. Era incapaz de ver la maldad en mí. Sus ojos acuosos daban la sensación de que en cualquier momento se echaría a llorar desconsoladamente, lamentándose por la mísera vida que le había tocado, por la penosa familia que había procreado. Nunca comprendió el gran desperdicio que supuso su existencia para la humanidad. Un tendedero pobre, que nació pobre y murió pobre. Mi madre consiguió vivir unos años más, pero de poco le sirvió. Estando sola en aquella silla en el porche, mirando al infinito. Su único objetivo en la vida… a saber cuál sería. Jamás lo dijo y jamás me interesó. Si le digo la verdad, me críe en una villa tétrica y oscura. Las praderas podían ser todo lo verde que usted desease, pero nunca pudimos apreciar el calor de un rayo de sol sin acostumbrarnos. Antes de que nuestra piel se enrojeciese volvíamos a estar mojados por la lluvia y cubiertos por las nubes. Crecí entre polvo, durmiendo entre sacos de pulgas, entre niños sucios y piojosos que jamás supieron apreciar mi arte. Se reían de mí, me señalaban con el dedo sin tener en cuenta que algún día me aclamarían con sus aplausos. Me acuerdo de un chico al que siempre le llamé la atención, olvidé su nombre, sólo puedo recordar el color añil de sus ojos. Me pregunto qué será de él. Seguramente haya seguido el mismo fatídico destino que mi padre, con un oficio patético y una familia muerta de hambre. Pero yo seguí adelante, conseguí que un buen hombre se fijase en mí, en mi voz. Le dijo a mis padres que me llevaría con él, a la gran ciudad, dónde me enseñaría el gran y apasionante mundo del arte musical y les pidió educadamente la firma de un papel. Mis padres lloraron y se entristecieron. Reconozco haberle insistido a aquel hombre que me sacase de ahí, incluso mentí sobre cómo mis padres me azotaban si no traía dinero a casa. Gracias a Dios, al fin cedieron (para apoyarme en mi futuro) y firmaron aquel condenado papel empapado en lágrimas. Después de eso mi vida se terció luminosa como el alba. Me vestían con grandes telas, me enseñaron el tocar el violín y el piano, a cantar como los ángeles. Conocí a eminencias musicales de todos los rincones de Europa, me regodeé con la burguesía en sus opulentas fiestas modernistas. Crecí y muy rápido. Aquellos años de mi vida se hicieron fugaces, como un suspiro cálido. Una pena, ¿verdad? La vida es un recorrido que se nos hace cargante en los momentos más miserables y veloz como un meteoro cuando más brillante resulta su apogeo. Qué le puedo decir, mi Señor, me considero afortunada y orgullosa de lo que soy. Ahora me cotizo en los mejores teatros de las grandes ciudades. Todos esperan oír mi voz al piano alguna vez en su vida, y yo espero poder satisfacer dicho deseo a todo aquel digno de cumplírsele. Dirá lo que quiera, que soy una mujer criada entre algodones, que no sé apreciar el valor de las personas y mucho menos ser capaz de amar a otra persona más que a mí misma. Estoy cansada de contar mi historia y de que todos me contesten a regañadientes lo pedante y egoísta que soy. Ya conozco la respuesta, así que si esa va a ser su contestación, por favor, déjeme tranquila. Ya tengo suficientes cosas en las que pensar como para preocuparme por lo que me pueda decir un viejo carcamal como usted. Aunque bien es cierto que no le conozco de nada y que le estoy prejuzgando sin que aún haya tenido oportunidad de decirme su nombre. Reconozco que puedo ser muy impulsiva, pero es mi personalidad, además he bebido alguna que otra copa. Mi intención tampoco es pedirle disculpas, ni mucho menos. Usted es un desconocido y su perdón no vale ni un penique para mí. Pero bueno, cambiemos de tema. ¿Qué le parece la fiesta? Un tanto ostentosa, ¿no cree? Yo no tengo nada en contra del opio y del alcohol por muy prohibidos que estén, pero eso de las orgías me parece un tanto descarado. Sin duda, ha sido idea de aquel ricachón que baila ahí, en medio de la sala. No es por ser chismosa, pero me han contado que tiene más de un vicio repugnante. Un jovencito al que le gusta la promiscuidad de las jóvenes damas de por aquí. Conmigo lo lleva claro, si le digo la verdad. Yo no soy de esas que se deja convencer fácilmente. Aunque bien es verdad que se está fijando en la dama del vestido rojo. Es violento cómo le mira los pechos, qué hombre más descarado, por Dios bendito. Un gran bailarín, sin duda. Seguramente haya aprendido en burdeles a tratar a las damas así. Fíjese, qué piernas, qué espalda tan bien formada. Apostaría que sus padres son bien ricos y que están bien orgullosos de él. También me han contado que estudia leyes en la universidad, un gran estudiante por lo visto. Le espera un grandioso futuro. Personalmente, opino, y se lo recomendaría si le conociese de algo, que dejase atrás jolgorios como el de esta noche, pues no hacen más que enturbiar su reputación. Si quiere llegar a ser un gran hombre debería plantearse poner su nombre y apellido en una buena posición. Así podría conseguir un buen trabajo, ser juez quizás, y conseguir que un buen hombre adinerado decidiese concederle la mano de su hija, con la que se casaría y tendría unos hijos preciosos con ojos verdes, heredados de su padre. Qué ojos tan brillantes tiene, me los imagino, ¿usted no? Aunque también podría ser que lo enviasen a la guerra. He oído que estamos a las puertas de un conflicto importante. Se oyen rumores, ¿sabe?; incluso los del mundo de la música estamos preocupados. Una guerra puede ser muy trágica para un pianista y aún más para sus manos. En cambio, yo estoy tranquila, soy mujer y como mucho me tocará llorar la muerte de algún que otro conocido, como mucho. Pero bueno, no creo que por que un anarquista haya asesinado a un hijo de reyes en un país miserable pudiese empezar un conflicto de tal categoría como el que se rumorea por las calles. La gente, desde mi punto de vista, habla mucho sin saber. El futuro es una cosa incierta, ambigua para todos, imposible de predecir. Debería dejar de beber, me estoy empezando a sentir mareada y no querría dejar el piano lleno de… ya sabe. Disculpe mi ordinariez. Estoy empezando a darme cuenta de que usted no me está haciendo ningún caso. ¡Ay! Me ha mirado. Qué ojos tan bellos, qué rostro. Su forma de andar deja clara su alta posición social. Me pregunto cómo será en la cama. Sería maravilloso que se fijase en mí y dejase de lado a aquella maldita golfa de pechos grandiosos, eso no puede ser cómodo de ninguna de las maneras. ¡Me ha vuelto a mirar! Señor, mire…Señor. Como le iba diciendo, sin duda ese hombre se habrá fijado en mí. He estado una hora cantando bellas canciones con mi bella voz. Además, si él ha organizado la fiesta, él me ha contratado, por lo tanto ya conoce mi nombre. Mucho más fácil para mí conseguir engañarlo con mis encantos de mujer, sin duda. Pero ya le he dicho que no soy fácil. Primero conseguiré que se fije en mi,  me haré la difícil, así le llamaré muchos más la atención y luego, en otros eventos en los que nos encontremos, le deslumbraré de nuevo con mis encantos. Llámeme manipuladora, pero así somos todas las mujeres, al menos aquellas que se consideran mínimamente inteligentes, no como aquella golfa. Quizás en unos meses empecemos a escribirnos cartas, como los amantes. Poco a poco hilaremos el recorrido hasta que nuestro amor se consume con una opulenta celebración matrimonial. Él insistirá en procrear un hijo, yo me negaré. No tengo intención de arruinar mi figura, al menos no hasta los treinta años. Sé que ya es una edad muy tardía para tener hijos, pero no me pueden culpar de querer mantener mi figura, es un placer ver cómo otras mujeres me señalan envidiosas. Después del primer hijo nos empezaremos a aburrir el uno del otro, cosas que pasan, ya sabe. Con el tiempo él encontrará amantes jóvenes para satisfacer sus instintos masculinos. Yo, vengativa, buscaré portentosos hombres  que sepan darme placer. Veo que fuma y bebe mucho, por lo tanto quizás muera unos años antes de que llegue mi hora. Durante esos años me dedicaré a gastar su fortuna, dando la vuelta al mundo descubriendo misterios de la vida, quién sabe. Temo morir, con todo mi ser, es una pena que sea inevitable para todos. Morir; la misma palabra me provoca escalofríos, y más escalofríos me provoca pensar que quizás pueda morir sola. Qué horror, qué miseria para todos aquellos que viven solos y mueren solos. Señor, podría levantar la cabeza de vez en cuando, al menos para asentir a lo que le digo. ¿Usted conoce a ese joven de ojos verdes? ¿Podría presentármelo? Señor…Señor… ¡Oh, mire! Se marcha con aquella furcia de grandes pechos. No puedo creer lo que ven mis ojos. La está besando. Menudo traidor indecente. Quién se ha creído que es. Señor, levántese y presénteme a ese hombre, le deseo. No creo lo que ven mis ojos, se ha marchado y usted… Señor, ¿está dormido? Menudo sin vergüenza, se ha dormido mientras le hablaba. ¡Despierte Señor! ¡Despierte!

Oh. Disculpe jovencita, me he quedado dormido… No recuerdo qué ha pasado, creo haber bebido demasiado vino, discúlpeme… ¿Quién es usted?
No se preocupe mi buen Señor. Mi nombre es Odelia Marie. ¿Y usted?









El Mar.




El mar es extenso y profundo, amado y temido. Cada gota y cada partícula de sodio que navega sobre su espuma blanca. Cada pez y ser unicelular. Cada escombro y cadáver perdido. Su aliento me llena el alma al amanecer, sus ojos me observan durante el día, su voz pide angustiada mi presencia cuando el sol empieza a caer y cuando la luz se aleja, me llama. Los azotes del viento golpean la superficie y se siente el odio. El viento no me deja respirar mientras los brazos gigantes del mar se abalanzan sobre mi cuerpo y me pierdo entre en la oscuridad de sus aguas, me arrastra hasta los más profundo y me ahoga entre los espíritus del mar que ruegan salir, aquellos muertos en el agua, que buscan el calor de la superficie. Sentir cómo cada recóndita esquina de mi organismo se disuelve en agua y sal, y notar cómo los pulmones me dejan de pedir aire, pues ya están resignados, se rinden.  Un pequeño glóbulo rojo sube por mis arterias, todas las partes del cuerpo empiezan a desaparecer y mis ojos aprovechan esa última pizquita de hemoglobina para dejarme ver el fin, el fin de tanto y tan poco, lo que podría haber visto o haber aprendido y tal vez lo que podría no haber hecho sabiendo que lo hubiese podido hacer. Veo algo, un fondo azul, cada ves más estrecho, cada vez más grisáceo, mi visión se apaga  y pronto dejo de ver, intento oír y no escucho. Siento cómo los dedos de los pies se hunden en la arena y sin más noto un golpe en el pecho, un órgano atormentado que llora por el fin.