Sentado
en esta silla, rebusco en la memoria y te encuentro ahí, reciente y sonriente,
un alivio momentáneo para estos momentos de tristeza y alegría, de discordia y
fortuna.
Pienso
en los monstruos que me atormentan. Oscuros y de centelleantes ojos, escondidos en la sombra esperan saborear mi sangre. Al acecho esperan mi hundimiento para
cernirse sobre mi carne. Siento su respiración en la nuca, su aleteo en el aire
y su saliva en el suelo. Tienen hambre.
Me
resguardo en mi lecho en la negra noche para no verlos. Sueño e imagino verte
aparecer entre la bruma, antorcha en mano, haciendo huir de forma despavorida a
toda bestia y criatura, y ver como se consumen y desintegran ante la luz. Eres
la salvación que nunca llega.
Todas
las noches, ante la atenta mirada de las estrellas rezo a todo aquel dios que
este dispuesto a escuchar mi reclamo.
Que Malsunis el Cruel contuviese a sus
criaturas enjauladas en cárceles de acero negro. Se alzaría Beleno el
Bienhechor en mi ayuda. Con su lanza y con su ejercito comenzaría una batalla épica
con todo aquel demonio y autómata del mal.
Fobos se escondería despavorido y Deimos partiría para no volver. Quiero
oír sus gritos y sus llantos. Ver como de sus lagrimas nace un océano
enfurecido ante los ejércitos del salvador. Un atisbo de confusión provocado
por el grito de Odín callaría a la mole batallante, dejándoles atónitos,
pausando el enzarzamiento entre demonios y ángeles. Todos esperando ver la
causa. Verían aquella serpenteante criatura bífida disfrazada de escamas arcoíris.
Una bestia titánica que incesantemente se elevaría hasta la cúpula del cielo.
De entre las nubes surgiría Heimdall, Guardiana del Valhala, y con su llave
abriría el ojo del reptil, la misma puerta del averno. Como si de un agujero
negro se tratase, todo ser corrupto; demonio, monstruo o bestia ; sería
absorbido en un caótico esperpento de grito y llanto, tormenta y desesperación.
Me despediría del miedo, de la mismísimos Gormona y Janás; despidiendo con mi
mano a la discordiosa Ate. Concluyendo aquel vorágine con el sonido de una
campana. Entre la niebla calmada tras el caos aparecería Beleno que se
despediría con una elegante reverencia, ante mi difuso susurro de
agradecimiento.
El mar quedaría plano, con la ligera niebla
disipándose poco a poco. Se alzaría un viento del oeste, apareciendo Céfiro,
anunciante de la primavera. Él y su brisa se acercarían hasta mi oreja para
susurrar tu nombre. Entre fuegos fatuos se alzaría un torii de gigantescas
dimensiones, surgido del fondo marino ante el ir y venir de peces, medusas y
caballitos de mar. Un umbral brillante del que saldrás tú. Tu piel y cabello.
Tu sonrisa y esencia. Te abrazarías a mi, y yo entre la conmoción y la
buenaventura no diría palabra, pues solo deseaba verte con mis ojos verdes,
volver a enamorarte.
Lamasu la bestia alada nos llevaría hasta
los confines de la tierra en un tranquilo vuelo donde mi horizonte empezaría en
tus ojos. Enki, señor de los palacios, nos construiría un castillo en lo alto
de un acantilado bajo la atenta protección de Poseidón y la eterna vigía de
Eolo. Un lugar donde mis deseos empezaría en tenerte y terminarían en cuidarte,
donde las flores y frutos creciesen en las paredes y donde nadie fuese
desdichado. Cien velas mágicas iluminarían nuestra calma. De día viviríamos la
vida y de noche, bajo la luz de Freya, sólo Afrodita sería testigo de nuestra
pasión hasta el amanecer.
Esperaríamos hasta el fin del mundo y solo
el día del Juicio Final, ante la destrucción de los Cuatro Jinetes, seríamos
juzgados por Tefnut quien procuraría cobijo adecuado para nuestras almas.
Este
es mi rezo y reclamo. Pero vosotras sois sólo estrellas y yo un simple mortal
enamorado. Pero no me culpéis, el corazón quiere lo que el corazón quiere.
Quiere rápido y olvida lento. Desea con ansia y teme un final.