Cuenta la historia…
En éstas tierras, tiempo atrás. Cuando los
caballeros solían buscar bellas damiselas en apuros y los señores vivían en
lustrosos castillos rodeados de todo tipo de lujos y manjares. Los súbditos sin
embargo, morían de hambre; reprimidos, asustados, sucios y demacrados. Vivía
por los parajes un joven príncipe, de buen porte y elegantes movimientos. Su
padre, el rey, dominaba todo lo que la vista pudiese alcanzar y, con mano dura, castigaba todo crimen y desdicha sin consideración ninguna, más que su propio prejuicio. El joven príncipe admiraba el reino
que algún día estaría en sus manos y se imaginaba batallando contra bandoleros
y dragones, siempre luchando por el bien del pueblo.
Pobre ignorante aquel joven, que no tenía
idea alguna sobre los asuntos de rey y desconocía por completo lo que, a ojos
de la mayoría, era el pan de cada día. La mirada sombría se su pueblo así como
su desdicha era invisible ante sus ojos.
El joven príncipe ansiaba con todo su ser y
orgullo ayudar a quienes lo necesitaban, pregonaba de buena fortuna, los actos
heroicos que algún día realizaría como futuro rey. Sin embargo, aquellos que lo
rodeaban lo tomaban por un estúpido sin cura en un mundo ciego.
Muy a pesar del rey, no hay mirada que
permanezca ciega ante cualquier ojo que observe más de lo que alcanza su simple
vista. El joven príncipe salió a cazar una mañana, volviendo al castillo esa
misma noche con ocho presas que servirían de cena y una imagen que no se le borraría
de la mente con facilidad, la imagen de una joven que escondía su rostro al
tiempo que hacia reverencia ante la
presencia del príncipe. Mientras dormía soñaba con aquella campesina. Cuando no
dormía, la imagen de aquel rostro se le aparecía en cualquier lugar. Su mirada
perdida le hacia parecer más estúpido de lo que la corte del castillo creía.
Una noche, sin poder conciliar el sueño,
abrió la ventana e inútilmente buscó con la mirada el rostro que tanto ansiaba.
Una voz le llamó, el sorprendido la siguió. La voz que le llamaba le guió hasta
la torre más alta del castillo, donde encontró un rostro que le observaba. Una
cara huma que surgía de la misma piedra de la pared y que con sonidos rocosos
gesticuló una leve sonrisa. “¿Quién eres y qué quieres de mi, espíritu?”
pregunto acechante aquel joven príncipe. “Soy el viento que mece al rio que
rompe la roca que resguarda al árbol que alimenta al viento… Yshckloi es mi
nombre si te interesa y no busco nada de ti joven príncipe, la cuestión es qué
puedo hacer yo por ti. He venido desde lo más profundo de los océanos cumplir
las plegarías de quien me reza. Dime, ¿Eres tu aquel que ansía la victoria y el
amor?” dijo con voz quebrante y ronca la tez rocosa que se movía en la pared.
“Si, soy yo. Aquel q busca ser victorioso en su reinado y aquel que busca el
amor de la campesina de rostro humilde. Dime ser, ¿Cómo puedes ayudarme?” dijo
el príncipe. “No haré más que guiarte joven príncipe. Acude mañana al alba a la
plaza, donde diez personas esperan morir. Escucha el llanto de la séptima
persona, pues su vida está en tus manos, ¿Será quizás la joven campesina? La
única forma de salvar el amor que ansías es renunciar al reinado, debes derramar la sangre del juez que te
dio vida, el mismo que pretende asesinar a quien tanto amas. Duerme ésta noche
mientras puedas y elige tu destino al alba” dijo el rostro mientras se
desvanecía.
El príncipe se quedó perplejo. Tenía que
decidir entre ser un rey sin amor o ser amado sin reinado. Que difícil decisión
le plantaba el destino. Sin dejar de pensar durante la noche, el príncipe lloró
temeroso de aquello que estaba por llegar y llegaría.
“El miedo me frustra, no se como actuar.
Decidir entre quien amo y lo que ansia mi honor. El guerrero valiente, ansioso
por el combate, tiene miedo pero combate. Yo cobarde ante le miedo, quiero
esconderme e huir, pero mi escondite no sería más que un destino peor a aquel
que puedo escoger. Maldita bruja, espíritu, ser… “ se lamentaba el príncipe
entre sus sábanas de seda blanca. Y entre lloros y lamentos sonó el canto del
gallo y aprisa se dirigió el príncipe a la plaza donde su padre ejecutaría a
los miserables condenados.
Con los ojos enrojecidos, observó la muerte
del primero, del segundo… mientras tanto seguía pensando que hacer…del tercero y cuarto… una lágrima se derramo por su
rostro mientras morían el quinto y el sexto, entonces la vio. Aquella joven
doncella, con lágrimas en su rostro. La voz del verdugo sonó fuerte diciendo:
“Por el delito de robo se te castiga con la muerte”. El cuello de aquella
joven, blanco como el mármol, apoyado en el tocón ensangrentado, mientras un
charco de lagrimas se vertía entre sus cabellos y el suelo.
“¡Padre!” gritó el príncipe. “Detén ésta
masacre por hoy”. Cien rostros apuntaron al joven príncipe, entre ellos el de
su padre que con mirada rapaz esperaba oír la razón de tal interrupción. “Hay
bandidos en el castillo, bandidos del bosque en busca de nuestro oro…”.
El Rey se alzó y con él su espada. “Todos al
castillo” gritó. Sin poder creer la buena fe que tuvieron en él, el príncipe
observó como toda alma desaparecía de la plaza. Todos menos el verdugo y su
presa. Sin dilación alguna alzo su espada y rápidamente mató al verdugo, alzo a
la doncella en sus brazos y le susurró al oído: “Huyamos de aquí para no
retroceder jamás”.
Cristian
cesó con la historieta y esperó atento la reacción de Danielle. La joven estaba
sorprendida con aquella historia y sin dilació dijo:
-Que
historia más bonita, cuanto menos curiosa… pero me has engañado.
-¿Por
qué dices eso? Yo no he dicho engaño alguno- dijo Cristian.
-Dijiste
que la historia era triste, sin embargo el final de esta es ciertamente feliz.
También dijiste que nada tenía que ver con la valentía…
-Bueno,
si te soy sincero, existe un final para ésta historia…pero no lo recuerdo-
interrumpió Cristian.
-De
todas formas, me ha encantado ¿Te sabes más cuentos?- preguntó Danielle.
-Claro
que sí, todos los que me pidas, pero no es bueno abusar de mi. Además se está
haciendo tarde, será mejor que nos marchemos.- dijo Cristian
-Cierto-respondió
Danielle al tiempo que se alzaba.-Quizás otro día te pueda hablar yo de
mitología griega. Aprendí en la escuela y es bastante curiosa de oír.
-Mejor
otro día, vayámonos. Tu padre te estará buscando- dijo tajante Cristian con cierto
nerviosismo en su voz.
Aquellos
jóvenes se levantaron y empezaron el camino de vuelta a sus hogares, dejando
atrás aquella colina y aquel riachuelo, mientras los últimos rayos de sol
alumbraban aquel árbol de tono azulado, sin saber que fue ahí donde suspiro por
ultima vez el príncipe de aquella historia. Muerto por la flecha de su padre
mientras abrazaba a la campesina, considerado traidor al trono y enemigo del
reino. El cadáver del hijo fue enterrado en una fosa común, mientras que la
joven fue quemado y condenado al infierno por el religioso del lugar ya que,
según el rey, había hecho uso de la magia para manipular a su primogénito.
El coraje y el amor del príncipe permanece ahí
desde entonces, dirán algunos románticos. Otros dirán que son tonterías y
cuentos de niños. Sin embargo yo creo que si el príncipe murió, fue para darnos
una lección a todos. A pesar de que el miedo forme parte de la vida, sin coraje, no se hace uno digno de vivir.